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Back to topActividad Cosmopoética
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Biografía
Poema
EN MI LECHO DE MUERTE PIENSO EN TI
Te tiendo la mano. No estás.
Todo lo bello muere.
¿Es amor aunque se agote?
Tengo que despedirme y no estás.
Siento no haberte querido cuando podía.
ME CUENTAN QUE MI PRIMA HA MUERTO DE CÁNCER Y LLORO EN EL COCHE
Un mal complejo y desconocido:
la división de las células del cuerpo.
El médico dice que era tarde.
El tumor se genera e invade otros tejidos,
mata desde dentro.
En un intento de último sacrificio
las biomoléculas se suicidan para evitar el avance.
Todavía no entiendo la muerte.
NUEVA SODOMA
Luis Cernuda escribe [Eran unos seres misteriosos a quienes llamaban «los maricas»].
Decían que acabaríamos con la natalidad,
nosotros, que emergimos del mismo parto.
Niños y niñas se infectarían de por vida,
la humanidad se vería al borde de la extinción.
Justo antes de desaparecer ocurriría el milagro:
una nación donde se procree y procree sin engendrar,
una patria pecaminosa donde el misterio sea
el beso heterosexual.
UMBRAL
El oído humano tiene una capacidad auditiva
de hasta 140 decibelios
(rango de frecuencias comprendido entre 40 y 20.000 hercios),
esto es: el sonido se genera,
cruza el tímpano y se transforma
en impulsos nerviosos. El cerebro, entonces,
oye y escucha.
Hay un vacío
desconocido, un límite de la sensibilidad
al que nos está prohibido asistir.
El oído humano, cavidad
u órgano formado por piel, cartílagos, cera, aire,
tejido fibroconectivo, pelos y glándulas
desde el externo hacia el interno
algo de lo real
(una parte imperceptible)
se le escapa, es imposible.
Qué es lo que ocurre
en las ondas sónicas superiores
(a más de 140 decibelios, quiero decir, el fragor
de un estadio, el zumbido de un cohete,
la bomba y su estrépito):
el oído debería fallecer o
rehuir lo intolerable,
qué significará el ruido tan intenso y por qué
esa frontera llamada umbral del dolor.
De la misma manera, qué sucede con
(el lenguaje silente de las ballenas)
aquello de frecuencia menor a 40 hercios:
el ruido del universo mínimo,
el sonido atómico del mundo.
No, nunca entenderemos
la música completa de lo real;
solo nos queda la voz
de la palabra.