Usted está aquí
Back to top
Juana Castro
Fuensanta
Yo llegaba del hule, sin zapatos,
a esperar el pincel y mis pesetas.
Se estaba bien allí, aunque dolía
a veces la quietud.
Levanta la cabeza, mira la ventana,
no te muevas, escucha
las campanas doblar de San Francisco.
Un hombre con navaja
estuvo ahí en el río.
Y ni vendas, ni arcángel
lograron taponar…
Si pudieras, Fuensanta,
apartar ese miedo. De tus ojos
quiero sólo la pena, ese cáliz de sombra
que pinta su pesar en las ojeras.
Limonada, y tranquila.
Porque nada, nada malo les pasa
a las chiquitas buenas.